ADIOS
Queridos amigos, ha llegado la hora de terminar este blog y despedirse. Me he equivocado en muchas cosas. He jugado a inventar un personaje, el de Zingua, y a permitirle cobrar vida propia y relacionarse con personas reales en la web, para provocar y para conocer de verdad a quienes con otra máscara jamás podría haber conocido de la manera en que quería conocerles. No sé si alguna vez Zingua ha logrado hablar con voz propia, o es víctima de las limitaciones de mi imaginación y mi pericia para dar vida a un personaje independiente de mí. Cuánto de Zingua soy yo, o cuánto de mí está en ella, sólo marca mi fracaso como escritora, mi debilidad por ciertos temas que quise hacer aparecer para lucimiento personal o desahogo. En todo caso, ha sido más valiosa mi experiencia como portadora de esta máscara, que mi experiencia como creadora de la misma. Con ella puesta, he tenido la oportunidad de conocer a Cristian y a Maurice. Con sus comentarios he aprendido algo esencial sobre la naturaleza de la fe y del espíritu cristiano, y esa ha sido la mayor utilidad que este blog ha tenido para mí, el haber conocido a estas personas a través de los desafíos o reacciones que Zingua pueda suscitar... Cristian y Maurice nunca dieron la espalda a Zingua, nunca la censuraron ni se avergonzaron de hablar con ella, le ofrecieron siempre sus oraciones y sus corazones al desnudo. No intentaron revelarle grandes verdades filosóficas ni de darle lecciones magistrales, no cayeron en las provocaciones de Zingua. Para mí, que acudí llena de estereotipos sobre curas, pero también deseosa de poner a prueba mis prejuicios desde la comodidad y la falta de riesgo del anonimato, ha sido una alegría ver que quizás pueda estar equivocada con respecto a muchos aspectos del hecho Católico. En cualquier caso, salgo con muchas menos certezas y muchas más dudas de las que tenía el día que inicié este blog, y no hay nada como el placer que causa el poder albergar nuevas preguntas en la mente, que sustituyan a esas respuestas que nos dimos hace mucho, en nuestros primeros intentos por explicarnos nuestro lugar en el mundo en un sentido moral, y que hoy, día en que cumplo los 30, ya han caducado y han dejado de valerme para saber dónde me encuentro.
Se acabaron las pajas.